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Cómo verificar la información que nos llega sobre la COVID-19 en la era de la “infodemia”

Yana Tomashova / Shutterstock

Amaya Noain Sánchez, Universidad Rey Juan Carlos

A medida que la pandemia provocada por la COVID-19 se extiende a lo largo y ancho del planeta, la proliferación de las denominadas “noticias falsas” constituye un desafío capaz de debilitar los pilares de la salud pública. No en vano, los contenidos falsos vinculados a la arena política conviven con contenidos centrados en la epidemia.

Desde curas milagrosas hasta teorías de la conspiración, las redes sociales difunden multitud de contenidos que, bajo el emblema de información, contienen en realidad consejos inútiles, datos adulterados e incluso remedios dañinos que pueden actuar en detrimento de nuestra protección frente el virus. Sólo por citar un ejemplo, uno de los rumores más divulgados: “beber alcohol protege frente a la infección”, provocó que más gente muriera por intoxicación en la provincia Iraní de Fars, que por el contacto con el patógeno en sí.

Al mismo tiempo, numerosas teorías sobre los orígenes de la infección han sido creadas, traducidas y compartidas por sitios web y cuentas automatizadas, conocidas por sacar provecho económico de la desinformación.

Xenofobia en la red

Auspiciados por estos contenidos, son numerosos los casos de xenofobia que han aflorado públicamente contra ciudadanos asiáticos, prejuicios que dieron pie a la campaña #JeNeSuisPasUnVirus en Twitter, en apoyo a la comunidad china.

La magnitud de la problemática llevó al director general la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, a declarar que vivimos inmersos en una “infodemia”: una situación en la que los rumores sobre la emergencia sanitaria hacen que sea muy difícil identificar las soluciones, alimentando un ambiente de confusión, miedo y desconfianza nocivo para los ciudadanos.

En este contexto, gobiernos, agencias y múltiples organizaciones están desarrollando iniciativas para luchar contra la desinformación durante esta crisis: el Observatorio Europeo contra la Desinformación (SOMA) ha comenzado a recoger y analizar los bulos más compartidos, mientras que la OMS junto con compañías como Facebook, Google, Pinterest, Tencent, Twitter, TikTok o YouTube, ha creado la página web: ‘mythbusters’.

Portales de verificación de contenidos

Desde el sector periodístico, expertos en verificación y portales de comprobación de contenidos han creado herramientas, plataformas con recursos y formación en línea gratuita para desbancar los contenidos tergiversados. El papel de los portales de verificación en todo el mundo es ahora más necesario que nunca.

Sin embargo, los ciudadanos siguen expuestos a una cantidad considerable de consejos médicos infundados y engaños latentes. ¿Cómo podemos entonces verificar la veracidad y exactitud de la información?

Las noticias falsas y el desorden informativo

Antes de enfrentarnos al problema, conviene realizar una aclaración: la denominación “noticias falsas” constituye una simplificación imprecisa de un dilema ético de mucho mayor calado y está plagado de connotaciones emocionales basadas en el descrédito al ejercicio del periodismo.

No obstante, lo más reseñable es que dichos contenidos apócrifos no cumplen con los requisitos de rigor y exactitud necesarios para ser considerados un producto informativo.

Para acabar con la inexactitud del término, la Comisión Europea (CE) acuñó el concepto “desorden informativo”, un vocablo que comprende:

  • ‘Misinformation’ (información errónea), es decir, información falsa compartida en redes pero sin intención de provocar perjuicio alguno;

  • ‘Disinformation’ (desinformación) o falsa información, compartida con la intención de infligir un daño;

  • ‘Mal-information’ (aquí la traducción más acertada sería “mala praxis”), cuando una información veraz es compartida con el objetivo de causar daño, como por ejemplo, revelando información privada en la esfera pública.

¿Qué podemos hacer si tenemos dudas respecto a si una información es tal?

Nuestro papel ante la desinformación es activo ya que tenemos más herramientas de las que pensamos para detectar un contenido adulterado. Por ello, si encontramos un contenido que nos suscita dudas, tras leerlo por completo (parece obvio, pero no siempre lo hacemos) debemos evaluar una serie de aspectos:

  • El lenguaje: ¿es simplista?, ¿exagerado?, ¿la narración es maniquea? ¿está más centrado en el nivel emocional que en transmitir información factual?

  • Si apoya sus argumentaciones con datos y/o declaraciones. Dichos datos deben poseer enlaces a las fuentes consultadas y las declaraciones provenir de una persona claramente identificable.

  • Las noticias, ¿van firmadas? Si además del nombre completo, se indica una dirección de correo o cuenta de Twitter, mucho mejor: el medio nos está enviando la señal de que detrás de la información hay una persona capaz de rendir cuentas.

  • Preguntarnos por la intencionalidad de la información: muchas veces nos adherimos a informaciones y las compartimos en redes simplemente porque refuerzan nuestras creencias. No obstante, si no proviene de una fuente oficial o un medio conocido, deberíamos comprobar si aparece en otros medios (esto también nos sirve para recopilar distintos puntos de vista sobre la misma información). En este sentido, debemos evitar caer en la trampa de la “narrativa de la conspiración”: para su difusión, los bulos usan técnicas de mercadotecnia. En ocasiones pueden crear la sensación de estar divulgando información “exclusiva” a la que la audiencia media no es capaz de acceder y que, por tanto, no aparece en los medios oficiales.

  • Por último, debemos preguntarnos sobre cómo nos ha llegado esta noticia: la desinformación también se divulga por WhatsApp y nuestros allegados también pueden cometer el error de no comprobar un contenido dudoso y reenviarlo a su círculo más cercano.

Finalmente, si aún tenemos dudas, podemos contactar con una de las múltiples plataformas de verificación de contenidos, como las citadas, que dispersarán nuestra incertidumbre sobre la información.The Conversation

Amaya Noain Sánchez, Associate professor, Universidad Rey Juan Carlos

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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