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La crisis del coronavirus afecta a 1 570 millones de estudiantes: ¿Cómo encarar el tsunami?

PureSolution / Shutterstock

Pedro César Martínez Morán, Universidad Pontificia Comillas y Fernando Díez, Universidad de Deusto

Según datos de la UNESCO, a 14 de abril de 2020 la crisis del coronavirus ha afectado a 1 570 millones de estudiantes de 192 países que cursan estudios de preescolar, primaria, secundaria, bachillerato, grado y postgrado. Este impacto supone más del 91,4% de la población mundial estudiantil. Especialmente grave es el mayor impacto en las niñas, por las consecuencias que pueden padecer.

Estudiantes que han visto variar, prácticamente de un día para otro, el medio y el lugar de aprendizaje junto con sus hábitos y dinámicas de estudio. Al abandono del lugar central de acopio de conocimiento, el aula, y el espacio de relación para los más jóvenes, el patio o similar, se añade la imposibilidad de realizar otro tipo de actividades anexas, bien sean deportivas o culturales, que generan valor en su proceso de hábitos de salud y crecimiento personal.

A esas circunstancias adversas e inesperadas, se le ha añadido la convivencia en el hogar con adultos, que en ocasiones no pueden estar pendientes de su progreso ni siquiera de prestarles una adecuada atención, bien sea porque tienen a su vez que trabajar o teletrabajar, bien porque no poseen los conocimientos adecuados para ayudar a sus hijos.

Adicionalmente, se requiere y exige velar por una distancia que impida el contagio de la enfermedad.

Cuando el aprendizaje se interrumpe

La Unesco también señala las consecuencias negativas del cierre de centros escolares, entre las que se destacan las siguientes: el aprendizaje se interrumpe; la alimentación de los niños disminuye al ser el colegio el lugar de ingesta nutricional habitual y diaria; se plasma la desigualdad a la hora de acceder a sistemas digitales de educación, y aumentan las tasas de abandono escolar.

En estas circunstancias y a nivel mundial, nuestros jóvenes ven añadido al conocimiento educativo de materias diseñadas por cada sistema educativo, la madurez sobrevenida por la superación de circunstancias excepcionales que influyen en su propia supervivencia.

Los conocimientos ya no se van a adquirir por “métodos tradicionales”, sino que se han tenido que activar, en muchos casos desde cero, respuestas desde “otro mundo”. A pesar de la creación y generación de un “sistema en paralelo”, que la comunidad educativa lleva activando desde finales del siglo pasado, la parálisis en las clases ha afectado a la educación y formación presencial y/o tradicional. Si bien no ha provocado una suspensión completa de la enseñanza, sí que ha afectado a su devenir.

El estudiante se ha visto afectado por un paréntesis que le provoca incertidumbre, una nueva forma de aprender que le genera dudas, y por un sistema de evaluación de sus conocimientos que no está testado ni probado con los mismos criterios que los habituales y clásicos hasta ahora.

Las tensiones del sistema educativo

El sistema educativo ha sufrido una tensión a muy corto plazo y se ha sentido desafiado y puesto en duda. Frente a siglos de permanente esfuerzo por acrecentar los niveles de conocimiento de millones de seres humanos, la pandemia se ha erigido como un competidor tenaz que ha exigido lo mejor y en tiempo récord de los actores de la comunidad educativa.

El Banco Mundial cifra en 2018 el gasto educativo como el 4,5% del PIB a nivel mundial, siendo en promedio el 14,5% del gasto de los gobiernos de cada país. Por tanto, un sector con un elevado peso en la economía y en la sociedad se ha visto obligado casi de la noche a la mañana a una reconversión extrema en su forma de actuar.

La educación es un proceso continuado de aprendizaje, de acopio de conocimientos, actitudes y comportamientos para el que se requiere constancia, tolerancia a la frustración, curiosidad, resiliencia, energía y motivación.

La comunicación entre personas ha sufrido un avance vertiginoso desde finales del siglo pasado. La distancia física, que hacía imposible hablar con otros, se solventó hace más de cien años con el teléfono. En la actualidad, ya no existe distancia física: teléfono móvil, aplicaciones de contacto o las de voz y audio facilitan estar en permanente conexión.

Estos elementos han permitido el encuentro entre el “mundo virtual” y los sistemas de aprendizaje. Gracias a varias iniciativas en forma de plataformas, software y otro tipo de recursos, se facilita la interacción profesor-alumno, bajo un esquema tanto síncrono como asíncrono.

Un mundo nuevo, métodos inexplorados

Las respuestas a nivel mundial han sido diversas. La UNESCO organizó una videoconferencia a principios de marzo de 2020 con representantes de más de 70 países. El objetivo: crear un grupo de crisis que fomentara la ayuda entre los participantes. Ministerios de Educación de todo el mundo han puesto en marcha iniciativas de cursos online, lecciones por televisión, plataformas digitales con diferentes servicios o programas de televisión educativos.

Por otro lado, la Comisión Europea ha recopilado los instrumentos disponibles para educadores, o información sobre diversos proyectos educativos de diferentes contenidos y niveles.

Los docentes se enfrentan a un reto inesperado. Han de garantizar el aprendizaje masivo con recursos no utilizados hasta ahora y evaluar los conocimientos bajo métodos inexplorados. Existen resistencias a estos nuevos métodos desde ambas visiones, tanto educadores como estudiantes. La enseñanza se va a ver obligada a ajustarse y a contar con planes alternativos que mitiguen la incidencia de situaciones tan devastadoras como las sufridas con la pandemia de la COVID-19. The Conversation

Pedro César Martínez Morán, Director del Máster en Recursos Humanos de ICADE Business School, Universidad Pontificia Comillas y Fernando Díez, Profesor doctor Facultad de Psicología y Educación, Universidad de Deusto

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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